Las líneas de las calles convergían configurando un punto de fuga que quedaba fuera del alcance de nuestros ojos.
Solitarios, funambulistas, dejamos que la tarde nos llevara de la mano a corredores de putas desdentadas recubiertas de maquillaje barato y graffittis ilegibles en las paredes, ecos de gritos que ya no significan nada.
Guardábamos un minuto de silencio.
Entonces, todo implosionó. Nos emborrachamos de arte, de himnos en lenguas germánicas.
Fuimos los reyes de las calles, a pesar de que nuestras zapatillas tenían las suelas roídas.