jueves, 2 de septiembre de 2010

Terrario (V): Al sol.



Un día perfecto, según Susana, está hecho de sensaciones solapadas: le despierta el suave rumor de la calle bullendo vida a la vez que le llega un olor salado de tostadas en la cocina en la que alguien golpea de pronto una cuchara contra una superficie sólida de madera pero las sábanas deslizándose por sus rodillas le distraen y entonces le asalta en la calle una luz cegadora de pimientos rojos secándose al sol sobre una pared blanca inmaculada y siente el sabor en los labios del salitre y el agua fría le llega justo por encima de la pantorrila pero no se atreve a adentrarse mar adentro porque los gritos de las gaviotas la distraen y le recuerdan un día de pequeña en Alicante con su abuela que tenía la piel tan suave y era tan acogedor arrebujarse en su pecho en la siesta cálida y sudorosa tan buen contraste porque luego el mar y los helados saben mejor y como a la seda del vestido que cruje cuando se sienta a sorber un granizado de limón ya aguado que ruge por dentro de la pajita y es a la vez ese ahogarse para tratar de apurar hasta las últimas gotas heladas de sabor desvaído aspirando hacia dentro el aire como cuando él la besa de esa manera en la que ella se queda sin aliento y entonces ya sólo es el peso de Javier y los brazos de Javier rodeándola y protegiéndola y haciéndole cosquillas con la barba y con la nariz hasta que se queda dormida de puro agotamiento y fuera en la calle hay otra vida que se mueve silenciosa y sutil aunque hay comunicación igual que la hay cuando sus latidos se sincronizan y sus respiraciones les arrullan recíprocamente.

Javier opina que un día perfecto puede precipitar en imágenes: el sol cristalizado y como de fuego frío fluyendo a través de las perforaciones de la persiana con motas en suspensión, sólo en esas lanzas etéreas; la posición de Susana dormida con franjas de sol cruzando oblícuamente una de sus piernas saliendo de entre las sábanas cuando abandona sin hacer ruido la habitación; el complicado sistema de rotaciones que ejecuta un tenedor que se le cae de las manos y le recuerda a una bailarina contemporánea polaca lanzando una maza al aire y esperando a que cayera suavemente y no había nada más en ese momento que la bailarina y su proyección de movimiento, nada que se interpusiera entre ellos y la distrajera y todos se sientieron como fuera de lugar en el teatro, como observadores indiscretos; o cuando le asalta en la calle una luz cegadora de pimientos rojos secándose al sol sobre una pared blanca inmaculada; Susana entrando al agua y su piel dibujando un relieve erizado inconsciente, contrastando con el agua del mar, dos superficies incognoscibles que le fascinan aprehendiéndose una a la otra, o mientras ella con los ojos cerrados entierra los dedos en la arena y suspira mirando la espada del mar relampagueante, invitadora; el ondeo suave de la falda blanca que ella se ha puesto hoy para retar a la oscuridad de la noche cuando sorbe el granizado y pone cara de niña traviesa; su pelo desparramado sobre la almohada, sus ojos tan cerca sus ojos tan cerca sus ojos tan cerca sus ojos tan cerca y tan llenos de cansancio, de aire , de mar.