lunes, 30 de agosto de 2010

Terrario (IV): La tibieza de la madrugada incierta.


(Susana
Javier
Susana
Javier
Javier
Susana
Susana
Susana
Javier)

En el fondo todo había sido, como siempre, un cúmulo de desatinos sutilmente entrelazados, un juego de dos niños que se pelean, por turnos, para poder mover la ficha con el pie hacia donde se encontraba en ese preciso instante, en ese remanso templado y firme, ese agarradero que era estirar la mano en la noche y contener la respiración para poder escuchar el aliento tibio saliendo de la boca del otro.

lunes, 23 de agosto de 2010

El Horror (VI): Frecuencias.



a veces ocurre
todo esto se queda como vacío

o tal vez
entre un latido y otro de mis lápices
no hay más

así debe ser la locura,
un montón de partes desahuciadas

no sabemos encontrar (pero eso sólo le ocurre a los otros)
el receptor
que pueda interpretar todas las

jueves, 19 de agosto de 2010

Terrario (III): El Horror


A Javier se le agolpan las ideas, todas a un tiempo gritándole en los oídos, y entonces es el horror.
Es asistir a una manifestación de la cual desconoce los motivos porque simplemente pasaba cerca por error de cálculo y de pronto verse siguiendo un grupo con pancartas y la policía mirándole sólo a él desde detrás de esas gafas negras (horror), o es estirar el brazo desde la cama para coger el vaso de agua y beber con ansiedad esperando el alivio de las noches de verano y sentir deslizarse por la garganta junto con el agua fresca algo indeterminado, sólido, que se mueve con prisa o miedo por dentro, bajando irremediablemente por el tracto digestivo pero resistiendo, resistiendo (más horror), o es tocar con fascinación una gota de resina perfectamente ambarina y no poder luego deshacerse de ella en todo el día extendiéndose pegajosa, adhiriéndose más y más a la epidermis, incrustándose en ella e incluyendo trocitos de papel, de materia indeterminada, de color grisáceo, y frotar un dedo contra otro y sentir esa sensación, esos trenes silbando como por dentro de la cabeza. Es eso, y es también llegar al supermercado y (horror de horrores) buscar la lista de la compra, buscarla con desesperación pero sabiendo perfectamente (porque la visualiza perfectamente en el lugar donde la dejó antes de salir de casa) que no va a aparecer, aunque vacíe los bolsillos esparciendo el contenido por el suelo para diversión de la clientela que pasa cerca. El resultado: una especie de vértigo, accesos violentos de sudoración y una repentina preferencia de su rostro por los tonos verdes y blancos.
En esas situaciones siempre es necesario recurrir a Susana: incluso en los casos más difíciles ella invariablemente responde "azul", o "tres kilos", o simplemente guarda silencio con ademán divertido y consigue con ese sencillo gesto cristalizar la realidad, sublimar todas las posibilidades y todas las estereotipias en una certeza única, indiscutible. Y el tiempo vuelve a fluir de nuevo, ajeno a todo.

Susana, por su parte, encuentra en esos accesos de histeria injustificada una especie de ternura y compasión divertida, como de felicidad condensada, y asiste siempre con una alegría infinita la transmutación del rostro de Javier desde el pánico cerval al agradecimiento eterno, y a su vez Javier siempre admira esa capacidad de ella de no titubear, de ser capaz de perforar lo que parece un atisbo de realidad y que en el fondo es un engaño de lo más sutil y autocomplaciente.

Y así van poco a poco necesitándose cada vez más ("¿pero aún estáis en esa fase?"): Susana ávida de certezas y sirviéndole de referencia para no dejarle alejarse demasiado de la realidad y Javier construyendo pequeñas filigranas etéreas y alterando a todo el mundo con sus caprichos y sus obsesiones y sus manías pero también llenando de sonidos y colores nuevos todo ese espacio tan silencioso entre las cortinas que impone la rutina y la decencia ("¡...y la decencia, joven!")

miércoles, 11 de agosto de 2010

Terrario (II): Señas de Identidad


Susana se despereza en la cama, estira los brazos, entreabre un ojo.
Roberto dice: ¿Te apetece que repitamos?
María dice: ¿Soy la primera?
Javi dice: ¡Buenos días, princesa!
Gonza dice: Lo siento, nunca me había pasado

Mira hacia la ventana, saca una pierna de entre las sábanas, ronronea perezosamente.
Roberto no dice nada.
María dice: ¿Puedo fumar?
Javi dice: He soñado con un grifo abierto, luego ha resultado ser la cara de un amigo de mi hermano que cantaba una canción horrible sobre una ballena. Acerca de, no encima de ella.
Gonza dice: ¿Quieres dar un paseo por el Retiro hoy?

Va al baño; se sienta a hacer pis, pero contiene las ganas un segundo y escucha por la ventana del patio para adivinar la hora que es por los ruidos de las cocinas, de los baños.
Roberto dice: ¿Qué te pasa, te ha comido la lengua el gato?
María dice: No debíamos haber hecho esta tontería. Ya no tenemos quince años.
Javi no dice nada, silba una melodía como de jazz, de la que sólo se sabe 5 segundos, que repite incesantemente; se exaspera, vuelve a empezar.
Gonza dice: Oye, de verdad que lo siento. Estoy un poco estresado estos días, sólo es eso.

Termina de hacer pis, se lava la cara despacio, se mira al espejo. Una niña pequeña vocifera desde el tercero ("¡Mama, Armstrons se ha hecho caca en las gafas de papá, guarro!")
Roberto dice: Oye mira, si esta noche quieres que quedemos, me llamas, ok?
María dice: Tengo que irme. Luego hablamos.
Javi dice: Satchmo haciendo de las suyas...viva Vivaldi, dime si no es ecolalia esto que pasa aquí y ahora, incluso en la casa de tus vecinos.
Gonza dice: ¿Quedamos esta tarde y damos una vuelta por el centro?

Sale de la ducha, envuelta en una toalla lila y en perfumes como de rocas saladas.
Roberto se ha ido y ha dejado un post-it con su número.
María ha dejado la colilla aplastada como un insecto en el cuenco de cerámica de colores.
Javi ha dibujado en el espejo un mapa del barrio con instrucciones para encontrar un tesoro. Las instrucciones terminan en el bloque donde él vive.
Gonza se ha ido sin hacer ruido, cerrando la puerta con cuidado.

Susana abre la ventana, respira el aire hondo de la calle y se recuesta de nuevo sobre la cama con un café con leche, y recuerda con una sonrisa complacida la noche que ha dejado atrás, lista para afrontar la incertidumbre de la floresta asfaltada un nuevo día.

martes, 10 de agosto de 2010

Terrario (I): Javier, sus hilos.


Hay como una intertextualidad implícita en todo lo que Javier vive estos días de verano en la ciudad.
Por ejemplo, hoy por la mañana rompe una vieja fotografía (tomada en otro tiempo y por otras manos en otro lugar) que tenía pegada en el espejo de su habitación y nada más abordar la calle para ir a espantar esos fantasmas translúcidos le entrevistan para una encuesta (Holabuenastardes, ¿tiene un minuto nada más?) sobre abrillantadores de cristales (comparado con otras marcas comerciales, el nuestro es más eficiente en cualquier tipo de).
Más tarde pasa cerca de un expositor de una tienda de libros de segunda mano que hay en una calle estrecha cuya silueta recortada contra el cielo hizo sus delicias un día que tenía en sus manos la cámara y la inspiración (el viento y un tendedero con sábanas infantiles al sol hicieron el resto), y en el escaparate un espíritu creador ha colocado a modo de decoración (cosas del art nouveau) un paraguas del que sólo quedan las varillas, como un esqueleto; no da ni tres pasos, y un diluvio en miniatura se cuela por su nuca y le empapa la espalda y la cabeza. El sol está radiante, no le extraña nada por tanto al mirar hacia arriba que las macetas que gotean sean precisamente esas.

En fin, son sólo ejemplos. Lo más probable es que el humor que gasta esos días (esa desocupación perpetua, ese acorchar suave de la mente arrullada por el bochorno gris de las calles asfaltadas) le esté jugando malas pasadas. Eso dice Susana cuando él la llama al trabajo interrumpiéndola para contarle sus accesos de paranoia, "tienes la mente como un pájaro o un mendigo, receptiva pero poco procesiva", dice, riéndose. A él le parece bien, lo del mendigo. A veces se sienta a leer en las plazas, o a hacer que lee y observar a ese anciano que vende flores y que golpea la papelera sobre la que se apoya cada vez que pasa una chica guapa (plas!) o joven (plas!) o chica(plas!), y que a veces se enisimisma y se acuerda (tarde) de golpear la papelera metálica y las chicas se vuelven asustadas (gilipollas!) y él sonríe de forma bobalicona y les ofrece una rosa e instantáneamente vuelve a prestar atención no vaya a despistarse de nuevo.

Javier, mendigo en horario de 16h00 a 19h00, se recoge para llegar a tiempo a la sesión de cine y al llegar a su coche aprecia, consternado, la fina capa de polvo que cubre el parabrisas delantero y que (predice) va a transmutarse en fango en cuanto su afán sea resolutivo si quiere llegar a tiempo.

Entonces, se rasca la coronilla y trata de recordar, porque a veces no quiere ver los hilos invisibles que se tejen a su alrededor como una telaraña, pero algo en su mente chasquea los dedos, y entonces piensa que el día ha conseguido finalmente morderse la cola, y llama a Susana porque va a llegar un poco tarde y la ciudad y las prisas le hacen olvidarse del maldito nombre del detergente que dejaba los cristales impolutos, y suelta un juramento entre dientes cuando se visualiza a sí mismo tirando a la basura el ticket regalo que le ofrecían esta mañana.

Empieza a llover.

Javier piensa que empieza a tener ganas de volver a trabajar, no puede ser de verdad que esté perdiendo el sentido común y el tiempo de esa manera desaforada. Eso, o decidirse a escribir un diario, seguro que si lo publica se gana una fortuna.

domingo, 8 de agosto de 2010

El Horror (V): Oxímora




Oxímora.

Y qué, si la Ciudad se puebla
de ventrílocuos

de golpes efectistas


si despedirnos parasiempre del niño que fuimos
nos lleva apenas un gesto vago
con las manos.

jueves, 5 de agosto de 2010

Estos Mundos (X): Etiquetas


Hoy hemos tenido un debate de esos en los que, desde el principio, una de las partes asume que sin importar la trascendencia de la conversación ni el enardecimiento con el que se defiendan las ideas el resultado final será el equivalente dialéctico de jugar al yo-yó, y la otra decide no prestar atención al rumbo que toman los argumentos porque no es necesario cuando se está en poder de la Verdad Absoluta.

La idea inicial era discutir la importancia de la etiqueta, y el origen ha sido el siguiente: una de las científicas más importantes de España es criticada por vestir, en una de sus últimas charlas, como una lesbiana (concepto a discutir en otra ocasión, se siente: los mosqueos de uno en uno, por favor). Entonces, diversificación de opiniones:

F opina que cada uno vista como quiera, pero que se valore lo que realmente se viene a hacer (en este caso, dar una charla)
G opina que para dar una charla científica es imprescindible vestir con corrección y seriedad (y aunque sea demagogia, me permito extraer dos conclusiones, aplicando la propiedad transitiva a la primera de ellas para sacar la segunda: uno, las lesbianas visten mal, de lo que se concluye que dos, las lesbianas no pueden dar charlas científicas)

A partir de este punto, se desencadena el debate anteriormente citado acerca de la importancia o no de cumplir con el protocolo y la etiqueta, por ejemplo en entrevistas de trabajo o en charlas para acceder a un puesto de trabajo. Debate de conclusión nefasta, como debe ocurrir, que termina con enfurruñamiento generalizado.

Las conclusiones para mí están claras:
1) si se me va a juzgar por el precio del traje que lleve a mis futuras entrevistas, lo tengo bastante crudo. Obviamente, no iré en bañador y aletas de buzo, pero joder...
2) el alcance de dicha necesidad radica en el tipo de puesto que vayas a solicitar, de lo que se concluye que
3) siempre que me sea posible, trataré de evitar ese tipo de puestos de trabajo.

Para rematar tan interesante discusión, G dice que "total, si a él le encanta vestir de etiqueta..."
Entonces, quiero terminar mi entrada haciendo homenaje a Alex Rodin (http://www.bellabelarus.com/en/component/option,com_jsgallery/mode,by_artist/artist_id,23/Itemid,49/), que aparece hoy en mi foto, retratado en Tacheles durante el viaje que hicimos Lu y yo a Berlín hace poco. Expone en la Galería Nacional de su país, algunas de sus obras en el link que os pongo. No creo que use traje. Nunca.

Y que viva la gente que hace entrevistas en camisetas de wushu, vaqueros y gafas naranjas, coñe!

(Reflexiones Post-scriptum. Lo peor de todo: quedarme rallado a estas horas de la mañana, cuando al otro probablemente se la sude todo de forma impúdica, y que cuando llegue nuestra próxima respectiva entrevista él en un santiamén se plante su traje de las entrevistas mientras que yo tendré como regurgitaciones de la noche de hoy y tardaré en vestirme más que una ministra.)