viernes, 18 de marzo de 2011

Estos Mundos (XIII): 23:13


Cuelgas el teléfono. Entonces las imágenes te asaltan, sin preguntar primero. Recuerdas cuando esquivabas las líneas entre azulejos, si pisabas las baldosas rojas podías morir, aunque casi nunca pasara, aún hoy sigues incluso a veces caminando por el bordillo cuando crees que nadie mira. Los días pasaban lentos, salvo cuando sucedían hechos insólitos: la botella de cocacola que Fran llenó de amoníaco y trocitos de papel de aluminio, y que antes de cerrar con tapón empezó a producir vapores verdes y amarillos y luego se hichó como un globo antes de que el tapón saliera disparado por los aires, tu madre preguntando si habías fumado hueles a tabaco y tú no, hueles a tabaco son mis amigos, hueles a tabaco. Los castigos, las fantaseos haciendo una maleta imaginaria y absurda pensando en escapar a Siberia o a Groenlandia mejor meter la bufanda allí debería hacer mucho frío. O el gato reventado que encontramos en el arcén y que Agus colocó de nuevo en el medio de la carretera para asustar a los coches y el primer coche que falló y el segundo coche que pasó por encima del gato y el gato rebotó blandamente como si fuera de trapo, un trapo ensangrentado, y luego el malestar y las ganas de vomitar y el recordar a tu abuelo y pensar que iba a morir pronto y soñar el gato las noches que mis padres iban fuera al hospital.
Ahora es distinto, de pronto cierras un libro y te acuerdas de un amigo con el que hace casi un año decidísteis leer conjuntamente a Bolaño, y él es ahora experto en Bolaño o no se acuerda de Bolaño en absoluto y tú no has sido capaz de leer un sólo libro porque lo empezaste y luego la vorágine y el dejar los libros a medias y las películas a medias y los sueños a medias y los amigos a medias y cuando llamas es demasiado tarde porque te contesta una voz neutra una voz amigable pero neutra y a tí te duele el alma porque el tiempo no ha pasado para tí pero sí para él, para él no eres más que alguien que se olvida de sus amigos por entregarse a su trabajo y de pronto se olvida de que también sufres, que también les echas de menos, que también estás jodido.
Y te dicen que no pasa nada, que todo tiene remedio, que mañana nos tomamos una caña si quieres, que también ahora se sienten ellos culpables.
Y llegas a casa, y escuchas canciones tristes, canciones de gritos de ballenas. Y coges el disco que te grabó tu amigo y que sigues escuchando a veces, un disco que habla de seguir a los elefantes, de perderse en la selva y seguir a los elefantes, de acabar con esta ciudad perderse en la selva y seguir a los elefantes.
Y archivas esta imagen con todas las otras y te preguntas cuáles son los momentos-frontera, los instantes fugaces que delimitan las distintas etapas de tu vida, qué horas son decisivas en lo que te va configurando a lo largo de tus días. Y piensas que tal vez éste sea uno de esos momentos-frontera, pero cómo saberlo con anticipación para poder prever el siguiente, cómo hacer para que tu álbum de fotos no sea un anárquico compendio de imágenes cortadas con los dedos y los dientes, sin bordes de madera ni passepartout oscuro para que se aprecien más vivos los colores.