martes, 30 de marzo de 2010

Machina (VI): Los Intercesores

Temblaban las lámparas, dormían todas nuestras avenidas. Si la noche había venido a comerciar con nosotros -amantes de los trueques- animales dormidos u horas de descanso, la ignoramos en un fulgor de piel e insomnio, de caballitos de mar en fuga.

Sin haber considerado todas las posibilidades, nos veíamos embarcados en una lenta inacción que nos consumía despacio, empezando a la altura de las amígdalas. Esos días los invertíamos en pensar que nuestra inmovilidad enmascaraba un anhelo de inmortalidad de flores secas o de jardín zen, y nos regocijábamos en una especie de estopa metafísica imbuída por la certeza de no estar haciendo las cosas porque había que hacerlas, o haciendo pasar el tiempo como a una sirena por la tabla de acrostolio.

Perdíamos el tiempo, nos perdíamos en las horas, y sólo pensar en estas frases hechas nos hacía retorcernos de risa y mirarnos a los ojos más hondamente.
Pensábamos en todos los momentos que habían ejercido de puente entre nosotros, de salvoconducto entre lo que llamamos larealidad y aquello a lo que nos íbamos pareciendo sin casi percibirlo, a un acercamiento de insectos tocándose las antenas para reconocerse.